miércoles, 10 de febrero de 2010

¿POR QUÉ NOS ESTAMOS MATANDO EN EL FÚTBOL?

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César Guzmán Tovar


Tras los acontecimientos recientes en nuestro país en los cuales durante los últimos meses han resultado muertos varios jóvenes de distintas barras de fútbol las preguntas que muchas personas se hacen son: ¿por qué sucede esto?, ¿por qué la violencia en el fútbol?

Muchas han sido las explicaciones de los “expertos” (sociólogos, antropólogos, psicólogos, reporteros); lo cierto es que estas cavilaciones no han tenido ningún impacto en la disminución y erradicación de la violencia que lamentablemente aún invade al espectáculo del fútbol.

Una de las razones por las cuales las explicaciones se han quedado cortas a la hora de dar soluciones concretas al problema es que éstas están fundamentadas en el fenómeno visto desde su carácter de importación del espectáculo barrista a través de las industrias mediáticas; en otras palabras, se entiende la problemática como una copia de lo que sucedía en países como Argentina e Inglaterra principalmente. No hay duda de ello: con la globalización mediática (específicamente con la introducción en nuestro país de canales deportivos) pudimos observar al instante todo lo que las barras de otros países hacían y así actuar por imitación. Sin embargo, más allá del enfoque de la importación, ya es hora de mirarnos endógenamente y trazar un “mapa” de las condiciones concretas de nuestros jóvenes, las cuales condicionan sus acciones como miembros de las barras de nuestro país.

Otra de las razones por las cuales las investigaciones realizadas hasta el momento son insuficientes para establecer un impacto positivo no sólo en los espectáculos deportivos sino también en las barras mismas, se refiere a que dichas investigaciones sólo se han enfocado en el aspecto cultural que define a las barras como un grupo de jóvenes con características particulares que los diferencian de otras expresiones culturales juveniles.

Estos dos elementos, que han preponderado en la visión que se tiene de los barristas colombianos, han conllevado a su vez a dos consecuencias directas.

Por un lado, al establecerse como origen de estas barras la emulación de las barras argentinas y europeas, se cree que la solución a la violencia también está en replicar lo que estos países han realizado para acabar con dicha violencia; por ello la apuesta de los políticos está en la imposición de fuertes sanciones a quienes cometan actos delictivos en espectáculos deportivos (este es principio que fundamenta los proyectos de Ley 179 de 2007 y 040 de 2007 que actualmente se debaten en el Congreso de la República). Esta postura represiva, empero, se basa en un precepto erróneo, muy común en nuestra historia política, social y económica, al creer que las fórmulas utilizadas en otros países serán, per se, efectivas también en el nuestro. Evidentemente, las medidas punitivas y judiciales adoptadas en Europa han funcionado porque en esos países no se entrecruzan otras problemáticas como el desempleo extremo, bajos índices de escolarización, inexistencia de programas para el aprovechamiento de del tiempo libre, altos niveles de violencia intrafamiliar, etc. Al imponer fuertes medidas punitivas, los países Europeos frenaron un fenómeno que se presentaba exclusivamente en un espacio y tiempo concretos, es decir, al interior o a las afueras de los estadios y antes, durante o inmediatamente después de los partidos de fútbol. Pero ese no es el caso de Colombia, por eso la solución europea replicada en nuestro país no es garantía de su efectividad; esto es algo que los dirigentes políticos no se han planteado.

La segunda consecuencia directa que se deriva de las líneas de investigación que se han desarrollado hasta el momento, aquellas que se centran en la dimensión cultural del barrismo, tiene que ver con el carácter funcionalista de los programas adelantados por las Alcaldías (Goles en Paz en Bogotá, Hinchas por la Paz en Medellín, etc.). Estos programas han enfocado sus esfuerzos a prevenir hechos violentos en los estadios y alrededor de ellos antes y después de los encuentros deportivos, pero no han ampliado sus acciones más allá de esos espacio-tiempos concretos. Por otro lado, estos programas ven las problemáticas de las barras (como colectivo) pero no ven las potencialidades de sus miembros (como individuos). Como cualquier otra dimensión de la vida social, el barrismo debe entenderse desde una óptica compleja* , es decir, abordando lo general y lo particular, así como el todo y las partes en una constante relación de interacción-contradicción, evolución-decadencia. La ausencia de esta mirada al problema de la violencia en el fútbol ha llevado a plantear acciones gubernamentales atendiendo sólo uno de sus muchos aspectos: el encuentro de las barras en los estadios durante los partidos de fútbol.

Además de lo anterior, al ver a los miembros de las barras como potenciales organizadores de desórdenes y disturbios se ha llegado a un punto de generalización, estigmatización y criminalización de todos aquellos que asisten a los estadios (particularmente de aquellos que compran entradas para las localidades populares de los estadios). Una prueba de ello la constituye que a través de los medios de comunicación los altos mandos de la fuerza pública dicen, cada vez que tienen la oportunidad, que entienden y reconocen que los jóvenes que cometen actos delictivos y criminales son unos pocos; sin embargo, como se ha visto en no pocas ocasiones, cuando ocurre algún acto de violencia en los estadios los miembros del ESMAD golpean indiscriminadamente a quienes se ubican en esas localidades, procediendo así deliberadamente como si todos fueran autores y actores de la violencia. Entonces lo que se dice desde las oficinas de los comandos de policía se desdibuja con las acciones de los efectivos encargados de la seguridad en los estadios.

La violencia (no sólo en el fútbol) no puede ser explicada unidimensionalmente ni unicausalmente. Tampoco debemos entenderla como ajena a nuestra responsabilidad. Asistimos enérgicamente a las marchas convocadas para rechazar a los grupos armados del conflicto instándoles a la paz, pero no somos autocríticos reconociendo que muchas veces, conciente o inconcientemente, contribuimos a generar indirectamente otras manifestaciones de violencia, por ejemplo cuando instamos a nuestros hijos a que se defiendan de sus compañeros a través de los golpes en el jardín o en el colegio si son ofendidos o agredidos, o también cuando somos permisivos o partidarios de los actos de corrupción en todos los niveles. Agitamos banderas de paz en cada marcha, pero azuzamos la violencia en nuestra vida diaria con lo cual podemos decir que esas marchas están fundamentadas sobre la hipocresía de nuestro pueblo.

Nos indignamos cuando sentimos que los presidentes de países vecinos ultrajan el “buen nombre” de nuestra patria y sus gobernantes; o cuando las comunidades indígenas bloquean la vía Panamericana para hacer visibles sus reclamaciones; o cuando en los medios nos informan sobre los disturbios entre las barras y descalificamos a esos “vándalos”; pero en cambio somos indolentes con las personas que mueren a las afueras de los hospitales a la espera de una atención médica; o con los campesinos que se quedan sin vivienda cuando los miembros de la fuerza pública les queman sus ranchos durante las protestas; o con los niños y jóvenes que son violados por miembros de la iglesia católica. Esa es la doble moral de nuestra nación.

¿Por qué nos estamos matando en el fútbol? Ciertamente, desde ningún punto de vista es justificable la violencia en los estadios, pero es necesario que entendamos que lo que lleva a que un joven asesine a otro por apoyar un equipo diferente al suyo no es por simple “desadaptación social”; las causas van más allá y una de ellas – tal vez la más importante – es porque en nuestro país desde hace mucho tiempo los jóvenes de los sectores populares, como otros grupos sociales, han estado fuera de los intereses y las agendas políticas del Estado.

*Lo “complejo” es entendido aquí como una postura epistemológica opuesta a la simplista-linea

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